miércoles, 23 de diciembre de 2009

Rol en vivo: Intrigas de la corte

ESTE ES NUEVO EVENTO DE LA ASOCIACIÓN MIRVAR QUE SE CELEBRARÁ EL PRÓXIMO DÍA 30 DE DICIEMBRE EN TOLEDO.

EL LUGAR DONDE JUGAREMOS SERÁ EL CIRCO ROMANO.

LA HORA DE INICIO SERÁ LAS 17:00.

LA TEMÁTICA DE LA PARTIDA ES FANTÁSTICO MEDIEVAL.

SEGUIDAMENTE OS DEJAMOS UNA INTRODUCCIÓN

OS RECORDAMOS QUE EL EVENTO ES TOTALMENTE GRATUITO Y ANIMAMOS A TODOS A PARTICIPAR.


LA INTRODUCCIÓN DESPUÉS DEL SALTO.




EXTRACTO DE "LA TIERRA DE LOS MUERTOS"

Kantral Perst sentía la presión aplastante de la tierra. Tenía solo recuerdos vagos de cómo había llegado a acabar allí y ninguno era muy reconfortante. No sabía si el saqueador de tumbas había activado algún tipo de trampa en la antigua cueva, pero la realidad es que un remolino de arena había surgido de la nada y los arrastró a través del desierto. La suerte había decidido que justo en ese momento el sol estuviera bien alto.

El calor había sido abrasador. Recordaba la temperatura de ese infierno volante mientras habían sido arrastrados por el tornado. Había sentido como su piel se desintegraba bajo la temida luz del sol, pero en un último momento de supervivencia, su bestia había tomado el control, arrastrándole entre el remolino hasta llegar al suelo. Entonces, recordaba su tremenda fuerza mientras cavaba para alcanzar la salvación. Sus uñas demostraban el esfuerzo. Sabía que había perdido todas y cada una de ellas. Sentía el dolor lacerante de su quemada piel en contacto con la arena, pero su naturaleza vampírica notaba que el sol se había puesto.

Volvió a utilizar sus destrozadas manos, y su cuerpo se impulsó hacia la libertad que le ofrecía la noche. Excavó varios metros durante un proceso lento y doloroso, dándose cuenta de lo profundo que había cavado su bestia y el miedo que ésta había tenido. Sintió como su sangre se deslizaba de manera involuntaria entre sus dedos y se percató de su siguiente problema: necesitaba sangre fresca.

Pocos minutos después, sus manos se alzaron sobre la tierra. Sintió la frescura de la noche del desierto y lo agradeció. Contempló los alrededores mientras salía de su refugio subterráneo por completo, buscando algún posible peligro o al maldito saqueador de tumbas, pero solo encontró dunas de arena. Vio los daños que se habían producido en su cuerpo. La piel se había marchitado bajo la luz del sol hasta retorcerse y arrugarse como la de un anciano, la mayor parte sus ropajes se habían destrozado por el calor, gran parte de pelo largo había acabado calcinado, pero sus manos habían pasado la peor parte.

Gran parte de la carne de sus dedos había desaparecido bajo la presión al cavar. Lo que antes podría haber sido denominado garra había pasado a convertirse en un mero estropicio de carne, hueso y, por supuesto, arena. No estaba seguro ni de que las uñas volvieran a aparecer, ni aun contando con su regeneración vampírica. Lo mismo probablemente sucedería con el pelo. La piel, en cambio, tal vez recuperara su antiguo aspecto, pero sería un proceso largo viendo la gravedad de las quemaduras.

En realidad, ninguno de estos era su verdadero problema. La verdad era que se encontraba solo en medio de la nada y sin una fuente de sangre cercana. El tiempo era un factor que no debía de desperdiciar. La locura llegaría en pocos días si no encontraba alimento. Intentó lanzar varios conjuros o utilizar sus poderes vampíricos con la intención de atravesar el lugar con mayor velocidad, pero no funcionaron. Achacó el fracaso a la debilidad de su cuerpo. Sin más preámbulo, comenzó su marcha nocturna a través de las arenas.

El viento y el frío eran poderosos en las noches de Nehekhara, pero el cuerpo del vampiro era inmune a esos fenómenos atmosféricos. Se arrastró a lo largo de varios kilómetros, siguiendo la guía de la oscura Morrslieb, la luna del Caos, buscando algo que fuera capaz de ofrecerle la supervivencia. Cuando faltó menos de una hora para el amanecer, volvió a sumergirse bajo tierra.

El proceso se repitió en las noches siguientes. Siguió a la luna en las direcciones inconexas que le ofrecía mientras buscaba algún rastro del hermoso elixir rojo, pero no apareció. Su mente fue perdiendo poco a poco la cordura mientras una capa de arena se acumulaba sobre su piel quemada como una corteza.

A la séptima noche, cuando su mente ya empezaba a delirar, contempló una figura oscura en el camino. La luz de las lunas le daba un aspecto tenebroso bajo sus túnicas negras, pero su poder le hacía aún más temible. Kantral Perst sintió el poderoso ser que se había aparecido ante él. Las palabras salieron de su mente sin pensarlo, como un mero recuerdo de una vida pasada.

- ¿Padre…?- su voz sonó quejumbrosa debido a los días que llevaba sin articular palabra y a la arena reseca del desierto.

“Wsoran” -le llamó la voz del señor oscuro en la distancia- Wsoran, Wsoran, Wsoran, Wsoran, Wsoran…

El poderoso ser avanzó mientras él caía de rodillas y lloraba lágrimas de sangre ante aquel espectáculo. Su voz tronaba como el trueno mientras el poderoso ser continuaba llamándole por su nombre, sí, su nombre, el nombre con el que le había maldecido su padre en su lecho de muerte. ¡Cómo había sido capaz de olvidarlo! Él era la Mano Derecha, el Príncipe de las Sombras, la Voz de las Tinieblas, sí, el era Wsoran.

Contempló como el Señor Oscuro se agachaba y le extendía su mano, su esplendorosa mano, la mano de un dios renacido. Lloró como el niño que se sentía mientras contemplaba al hombre que le había dado todo. Su piel era oscura, como la de los hombres del desierto, pero su inmortalidad le había concedido un brillo antinatural. Sus profundos ojos verdes habían visto pasar las guerras y los imperios, mejor dicho, las había producido y creado bajo su voluntad de hierro. Contempló su corona de hierro negro. Pues eso es lo que era él, rey y señor de todas las tierras sin distinción. El simple contacto del Señor le revitalizó. La corteza de arena desapareció, volviendo a mostrar de nuevo su pálida piel, ahora lisa y hermosa como no la tenía hacía días. Los dedos se recompusieron. Hasta las uñas volvieron a crecer hasta su antiguo aspecto. El pelo blanco volvió a caer por los hombros una vez más. La magia recorrió todo su cuerpo, dirigida por su Señor, restaurando al siervo.

Entonces, recordó la causa de su travesía a través del desierto. Era su penitencia, su prueba. Las estrellas y las lunas se apagaron bajo la mirada del Señor y de entre sus manos apareció el elixir más preciado, la propia vida destilada, el poder de los dioses robado por un mortal. Un mortal que se había alzado por encima de la muerte y los dioses, un hombre al que contemplaba.

- Wsoran…- volvió a llamarle incansable, como una presencia fantasmal.

- Aquí estoy, mi amo- sonó la voz renovada de Wsoran, tan alta y gloriosa como lo había sido antaño-. Listo para viajar hacia donde me ordenéis. Ya os he demostrado mi fidelidad, os he demostrado que soy el glorioso siervo. Aquel que ha nacido para hacer vuestra voluntad.

Wsoran contempló el Elixir de la Vida que sostenía el Señor y esperó a que se cumpliera su voluntad. Él extendió la vida eterna hacia él, como le había prometido hacerlo, la aceptó sin dudar, y bebió. Bajo la atenta mirada de su único dios, bebió hasta agotarlo. Pues no había ninguna otra divinidad que pudiera contemplar ese momento reservado para ellos dos ya que el Amo había cegado las estrellas y las lunas.

El sabor del poder prohibido de los dioses no era nada comparado a algo que hubiera probado con anterioridad. Contempló su color verde, que parecía haber sido extraído de la propia Morrslieb, mientras lo tragaba vorazmente. El éxtasis recorrió su cuerpo mientras saciaba la sed que había sentido a lo largo de los días de penitencia.

Su cuerpo cambió bajo la influencia del Elixir de la Vida. Los músculos aumentaron un poder y tamaño. Su piel y huesos se endurecieron bajo la magia oscura que contenía. Cuando terminó todo el poder de los dioses destilado, sintió la necesidad de gritar a los cielos el nombre del Señor y propagar su gloria por el mundo.

- Hazlo, Wsoran- le ordenó su Amo-. Viaja por las tierras de Nehekhara y prepara mi llegada, ya que los muertos volverán a caminar sobre la tierra una vez más bajo mi voluntad.

Wsoran le amó como un niño a un dios. El Señor Oscuro volvería, sí, de eso estaba seguro. Todo sería del señor. La risa del siervo fue incontrolable y se extendió a lo largo del desierto, pero nadie le oyó, salvo su Amo.

- ¿Dónde he de marchar primero, mi Señor?- le preguntó Wsoran- ¿A qué lugar he de llevar tu voluntad?

Los ojos del Amo se encendieron con su brillo verde característico. El dios tenía un lugar pensado hacia siglos.

- Lahmia- ordenó el poderoso ser-. Allí la encontrarás a la Maldita. A la Primera.

No sabía a quién se refería su amo, pero cambió su dirección a Lahmia sin dudarlo.

- Grita mi nombre mientras avanzas en tu incansable avance, Wsoran- dijo el Señor-. Que todos sepan lo que está por venir y que teman.

Así lo hizo. Avanzó durante muchas jornadas a través del desierto, de día y de noche sin parar para descansar. Su voz tampoco descansaba. Los gritos se oían en varias leguas a la redonda y a los que alcanzaba el nombre verdadero del Señor, enloquecían bajo el terror como si de un hechizo se tratase y le seguían como fanáticos. Él era el profeta del Señor Oscuro.

Miles de voces le acompañaron gritando el nombre del Amo a través del desierto hasta llegar a la ciudad de Lahmia, hechizados bajo la influencia del Dios Viviente. Los que caían seguían avanzando como zombis sin voluntad, solo pronunciando el nombre del Amo hasta destrozar sus cuerdas vocales. Tras esto, sus bocas continuaban formando el nombre maldito.

Al llegar a las murallas de Lahmia, todos sus habitantes oyeron el rugido de su ingente horda.

Y el nombre prohibido y temido del Amo, Nagash, volvió a ser oído en una ciudad de Nehekhara tras varios siglos.

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